
El domingo murió mi papá.
No voy a entrar en mucho detalle íntimo, como sí hice cuando murió mi mamá hace tres años, porque León era alguien público y eso me frena. Pero a los que me quieren bien puedo contarles que fue un buen padre, cariñoso, cálido, cercano, que estoy contento de haber aprendido tantas cosas de él, de haberlo tenido, y que su muerte tiene también algo de alivio porque los últimos meses fueron muy feos para él y para todos.
Hubiera querido tenerlo más tiempo, claro, pero 87 años son ya una vida completa. Y la suya fue una vida bien vivida.
Ahora estreno nueva posición existencial, ya no tengo padres, soy padre yo y estoy feliz de mi situación.
Sí, estoy triste, pienso mucho en él, tanteo su ausencia, su ya no estar al alcance. La verdad es que la vida es tremenda, fuerte, intensísima. No dejo de quererlo porque se haya muerto, pero el afecto te lo metés en el orto, digamos…
No es tan así, pero era gracioso terminar la frase de esa manera, era una tentación romper la emoción trágica con una imagen soez… El afecto hace otros caminos y llega al mundo de otras formas. No sé muy bien cómo es, ¿será que ese amor va a parar a los hijos de uno?
Bueno, eso. Lo voy a extrañar, aunque ya no sea el nenito que tanto lo necesitaba. Sé que a todos nos pasan cosas parecidas con nuestros padres. Nos deseo lo mejor…
El duelo es la digestión de una ausencia, y toma tiempo. La foto es de cuando vivimos en Caracas, en el balcón de un departamento en Parque Central.