
Esta es la segunda parte del artículo de Carlos Vinacour que empecé a publicar ayer. Los que quieran ver la primera parte vayan
aquí.
El artículo se llama "La bipolaridad como enfermedad de las pasiones"
Quien sostenga que los estados depresivos invitan a bucear en las profundidades más insondables del alma y son la musa inspiradora de los poetas, es porque nunca ha transitado por los laberintos de una enfermedad tan severa.
Me resulta difícil pensar que los más bellos escritos de Virginia Woolf o los más sublimes acordes de las obras de Gustav Mahler hayan sido escritos en pleno estado depresivo. Resulta más razonable sostener que están inspirados en sus momentos sombríos, pero seguramente fueron creados luego de que la desestabilización anímica remitiera.
Durante las etapas de depresión los pensamientos se vuelven lentos y la capacidad de concentración es escasa. Tan marcadas son estas características que difícilmente alguien pueda estar con sus capacidades creativas intactas.
En el polo opuesto la exaltación a veces es colorida y atrayente, pero sólo de lejos, de cerca es turbadora, agotadora y extraña, no invita a seguirla. Si además se acompaña de irritabilidad, es ciertamente amenazante.
La felicidad, por el contrario, es un estado que invita a ser compartido. Colorido, pero sin esa tendencia a encandilar. Es un estado empático y agradable.
Las pasiones de las personas con manías o hipomanías son exultantes. La persona deja de ser la que era, se transforma, es otra. Enérgica en exceso, locuaz, impulsiva y con una extraña capacidad de mantener su dinamismo aún cuando sus horas de sueño son escasas.
Tan exagerado es su ánimo que, a veces es difícil seguir sus acciones y acompañar sus pensamientos, que surgen a borbotones y por momentos sin lógica.
La persona que padece una manía no está feliz. Se siente grandiosa, es algo más que felicidad, es una pasión arrolladora de grandeza. Nadie que no haya pasado por un estado semejante puede entenderlo, en un sentido amplio del término, se puede razonar, intuir, pero lejos estamos los más o menos estables del ánimo de saber con exactitud de qué se trata semejante efusión.
Es un estado pasional de omnipotencia, poderío y superioridad. Tan intensa son las vivencias, que cuando cesa, muchos la añoran, la extrañan y a veces hasta la buscan. La felicidad es exigua a su lado.
Vuelve a surgir aquí el tema de la creatividad, ¿puede una persona en estado de manía desarrollar un hecho creativo? La respuesta parece ser afirmativa, ya que alguien que a pesar de tener un pensamiento acelerado y a veces hasta disgregado, con su capacidad de atención disminuida, con infinidad de ideas que aparecen y desaparecen con tal rapidez que es imposible a veces sostenerlas, puede de todas maneras, desarrollar algún tipo de experiencia creativa consistente. El ámbito de la estética y el del rigor deductivo se mueven por carriles diferentes.
En el mundo de la poesía, por ejemplo, hay enorme cantidad de fraseos con sentidos oscuros pero sonoridades mágicas, metáforas con cadencias atractivas y gracia deslumbrante en donde prima el sentido estético y no necesariamente el lógico. La estética y la lógica pertenecen a terrenos diferentes.
Desde luego el mundo de la pintura es el otro gran terreno apto para ello. Supongo que, sin ser un experto, algo similar ha de darse en la música.
Quiero volver sobre el tema de la irritabilidad en la manía. Me he detenido mucho en describir una forma de manía, aquella que cursa con pasiones desbordantes pero casi sin irritabilidad. Hay otras formas en donde lo central es la furia. Un estado de enojo desbordante, irrefrenable e impulsivo. Una pasión que asusta porque aquí la falta de límites linda con la tragedia, en el sentido más oscuro del término.
En cualquiera de los estados descriptos, la desdicha puede estar presente. El suicidio, el accidente no querido, la imprudencia fatídica. Pero es en las formas más violentas de la manía en donde claramente el límite con la inseguridad es amenazante.
Como sea y a manera de conclusión quiero recalcar que manía y depresión son fuertes estados pasionales de cualidades absolutamente diferentes a esas dos emociones llanas y cotidianas llamadas tristeza y alegría, y por ende son estados inequiparables.
Dr. Carlos Alberto Vinacour. 21 de Julio de 2009