El argumento de que los jóvenes mueren porque la sociedad es violenta me parece corto de vista: todos los chicos ven violencia en la tele, y no todos los chicos son asesinos. Poner en primer plano la influencia cultural es una forma por la que los padres se des responsabilizan.
Este tema es la oportunidad ideal para la guitarreada apocalíptica. El mundo se viene abajo, antes todo era lindo y ahora no, etc.
Recordemos: Schoklender, Robledo Puch, etc.
La policía, ese es el tema. La seguridad. En los países que funcionan bien hay mejor policía.
Es una especie de incapacidad de pensar la que frente a hechos difíciles se lanza a armar imágenes apocalípticas, desbordantes de horror.
No es tan sencillo. En muchos sentidos la relación entre padres e hijos es hoy mejor que hace 30 o 40 años. No podemos dejar de ver ese avance a causa del justificado miedo que nos dan hechos de violencia como este.
La responsabilidad, más que la cultura, la tienen ciertos padres que no saben qué hacer con sus hijos, que los han tenido no se entiende muy bien para qué.
Tenemos que preguntarnos qué hicieron o que dejaron de hacer esos padres. Tener hijos es difícil, hay que aprender muchas cosas, es un desafío a la afectividad personal, que si se encuentra con trabas o con incapacidades ya no puede o no debe seguir de largo, ignorando los problemas.
Salta a la vista la inmadurez o incapacidad afectiva de muchos padres. La ley debería abordar este problema: no se trata sólo de endurecer las penas con los chicos (cosa que no hay que descartar, porque una persona de 15 años que es capaz de matar debe ser también capaz de pagar por sus aberraciones, basta de creer que son todos angelitos), sino de ligar a los padres con el crimen de los hijos.
Los asesinos de Matías Bragagnolo son la evidencia de que sus padres no supieron qué hacer con ellos. No es la cultura, son los padres concretos de estos chicos que los dejaron solos frente a una cultura social que siempre resulta exigente y frente a la que es necesario ofrecer orientación.
Me imagino a los padres de los chicos asesinos enojándose con los chicos, diciéndoles “esta vez hiciste un desastre” y castigándolos. La reacción será tan mala como el mal amor que supieron darles.
La sociedad no está enferma, las sociedades son así, duras, hay que saber tratar los problemas.
Los valores no se han perdido, hay valores nuevos, en muchos sentidos superiores a los valores de antes, pero falta policía, falta buena política, buena seguridad, hay que educar mejor.
No es cierto que todo tiempo pasado haya sido mejor, es presente tiene riquezas nuevas.
Argumentar para el lado de la crisis general es otra vez hacer una fogata de argumentos negativos y no querer pensar los temas concretos.
Las cosas son mucho más difíciles de comprender: no es todo bueno o todo malo. Hay nuevos problemas para los que tenemos que inventar y aplicar nuevas soluciones.
En estos temas surge una especie de conservadurismo moral que no resulta una respuesta apropiada a los problemas que tenemos que enfrentar. Muchos, por su historia, por su falta de capacidad, gustan de proponer una vuelta al pasado. A hechos pasados o a conceptos pasados. Se trata de responder a estos desafíos yendo para delante de una manera aun más decidida.
No necesitamos melancolía ni retórica de la decepción. Necesitamos firmeza, creatividad, claridad, enfrentar los problemas reales de una violencia actual y dejar de lado los fantasmas de una violencia pasada.
Este caso se aborda con la misma actitud retrógrada que se enfrentan la mayoría de los temas entre nosotros: con la actitud de una vuelta al pasado.
En educación muchos enfoques van en el sentido del retroceso: volver a la educación de otro tiempo. Pero esa educación fracasa hoy porque el mundo le pasa por encima y ella no puede aggiornarse fácilmente.
Los que hablan mal de la época suele ser gente de cierta edad que no entiende ni quiere entender los problemas del presente, su complejidad y su urgencia. En momentos de gravedad encuentran la posibilidad de derramar su visión de ignorancia apocalíptica. Necesitamos gente con ganas y capacidad de solucionar problemas, no incrementar los lamentos y el escepticismo.
En vez de hacer una movilización por el golpe militar de 30 años atrás tenemos que movilizarnos para que el estado responda a esta legítima demanda de los ciudadanos: queremos que solucionen el tema de la seguridad.
Bragagnolo lo dijo bien, claramente: su hijo fue víctima del “romanticismo político”. Lo interpreto de la siguiente manera: los políticos están en las nubes. No les interesan estos temas. Como dice Sergio Berenstein, los políticos se aburren con la gestión. Se excitan con la conquista del poder, pero para hacer poco y nada, al menos la mayor parte de ellos. Lo que es claro es que al gobierno le falta interés para resolver estos temas. La nostalgia también actúa des responsabilizando al gobierno. No tenemos que diluir el tema en nubes conceptuales, tenemos que identificar las responsabilidades cercanas y actuar: el gobierno falla en la seguridad, algunos padres fallan en su paternidad, la opinión pública falla votando a los incapaces de siempre.
Porque hay responsabilidad del gobierno pero también de quienes votan y eligen prefiriendo posiciones “románticas” a posiciones útiles y realistas.
El obstáculo para la gestión no es sólo la falta de vocación de los políticos. Hay una burocracia en la administración pública, una cooperativa del fracaso, que hace que aun el político mejor intencionado quede inmovilizado en una red de ineficacia.