Eduardo Hoffmann es un pintor mendocino que me gusta mucho. Azares de la vida nos acercaron y nos hicimos medio amigos. Hace unos meses hizo una exposición en la Galería Coppa y me pidió que escribiera un texto para el catálogo, cosa que me honró y me puso contento.
Es difícil escribir sobre artistas, y más lo es hacerlo en los catálogos de sus propias exposiciones. Los escritos sobre plástica suelen ser confusos, exaltados, vagos. Este es el texto que hice para él, buscando otro enfoque, uno que por otra parte me surge naturalmente:
Palabras sobre Eduardo Hoffmann
Eduardo es pelado y se para cerca de sus
cuadros y los complementa perfectamente: con su cálida solidez sostiene sus
obras. Bueno, las obras se sostienen solas, o sea que Eduardo podría ir a dar
una vuelta, porque ellas también nos contendrían, en ausencia del artista.
Tampoco es que Eduardo sea pelado, sino que
se pela. Es un pelado voluntario, de esos que se cansaron del pelo porque están
para cosas más importantes, como sus obras. Las obras de Eduardo son obras
grandes, con belleza rara y empática. Hermosas, enormes paredes de mundo
trabajado con colores y metamorfosis. Pero es lindo que Eduardo esté cerca, así
además uno le puede decir: ¡qué lindos cuadros! Eduardo no se inmuta. Le debe
gustar, pero por dentro. Tiene una tranquilidad impávida, tranquilidad de obra.
Tal vez está tranquilo porque proyectó esos mapas de sensibilidad en las
paredes, que son enormes y lo protegen. Nos protegen a todos, me parece.
Podemos compartir la tranquilidad.
¿Qué hace madurar a un artista? me pregunté
cuando vi obras anteriores, de una época previa a las recientes, que son las
que a mí me colman. Se me ocurren algunas posibles respuestas: un artista
madura haciendo todo tipo de cosas, pruebas y juegos, delirando un poco por
varias corrientes, yendo y viniendo mil veces, es decir, no madurando. Un
artista avanza cuando no quiere madurar sino divertirse, porque los resultados
suelen ser indirectos, al menos muchos de los más significativos. Vale para
todas las maduraciones: no se producen por intención, son el resultado de una
vida libre. Se madura siendo libre, usando esa libertad y bancándose lo que
ella trae. Una chica que sale a divertirse consigue novio, pero una que sale a
conseguir novio vuelve sin nada. La premura por el logro hace que el logro no
aparezca. Eduardo es un pintor que salió a divertirse y volvió con estos
cuadros tremendos.
Otra respuesta, que es la misma, podría ser:
un artista madura cuando expresó todas sus vías sentidas compenetradamente,
creyendo en ellas. No hace falta seriedad, el compromiso puede pasar por un “a
ver qué pasa por acá”: la exploración inocente carece de peso exaltado y vale
igual, o vale más. La inocencia produce mundo. El artista madura cuando se encuentra
en las cosas que puede inventar, tras haber explorado cándidamente todo lo
explorable con lo que se topó en sus caminos.
La paradoja es que cuando un artista se
consagra y es capaz de mucha belleza valida sus creaciones anteriores, que
muchas veces no lucían tanto, pero que se vuelven interesantes porque se las
sabe ligadas al resultado siguiente. Uno lee textos primeros de un escritor que
adora y no encuentra en ellos el brillo que nos hizo valioso su estilo. Pero como
gracias a la belleza o imantación alcanzada en las etapas más logradas el tipo
ya se hizo querer, uno valora esos pasos de iniciación y los disfruta. Y cuando
uno quiere a un artista pierde, o gana, y abandona ya un tipo de consideración
de su obra para acceder a otra. Uno es una especie de amigo, de usuario
enamorado, y disfruta de todo. Le da la mano a las obras, a todas.
Si es así, a la obra le aparece mucho el
autor, corremos el riesgo de la mistificación, pero podemos estar tranquilos,
llegamos al autor vía obra y no al revés. Lo que no es tan bueno es cuando
sucede lo contrario, es decir, cuando uno aprecia la obra porque el autor es
simpático, o hermoso, o pariente. A la finalidad de comer asados la simpatía es
primordial, pero como artistas que somos los que formamos el público de arte
queremos obras de valor. Nos gusta saciar el diapasón ese que vibra cuando ve
algo que le parece hermoso. Vibra el diapasón personal, como si fuera la cola
de un perro. Vibra expresando el contento, que es la intensidad constructiva
que pasa por nosotros. Eduardo a mi me estimula el perro estético que llevo
dentro.
Apreciás toda la obra de un artista porque
alguna de ellas te tocó y empezás a querer al tipo. Tampoco se te ocurre comer
un asado con un genio insoportable, como ha habido tantos. Podrás contar ese
asado a una audiencia interesante, pero no lo vas a digerir bien. Pero lo mirás
a Eduardo y sentís en su mirada el despliegue de la obra. Te mira y te sentís
cuadro. Pero cuadro hermoso, colores y gestos.
No creo que la idea de belleza deba ser
descartada de la consideración del arte. Evolucionar estéticamente no es
engancharse con lo conceptual puro, es llegar a sentir como belleza cosas que
tal vez en otro momento no hubieran sido bellas. Evolucionar estéticamente no
es impostar un gusto superior, que prescinde de la luminosidad de la obra para
volverse premisa vacía y altisonante. Pero además: de lo que se trata es de
autenticidad, en arte, no de insertarse en la escena. A mí me gustan las obras
de Eduardo desde esa cándida autenticidad con la que creo que hay que mirar
todo, y me atrevería a decir que han sido paridas con igual criterio.
Aparte Eduardo tiene apellido de compositor
clásico. Si tuviera una sola f y una sola n no sería así, pero Hoffmann suena
impresionante. Si hasta dan ganas de seguir poniendo fs y ns: Hofffmannnnn.
Podríamos llenar el catálogo de fs y de ns, y quedarían muy bien. No hay pintor
argentino ni universal con tantas efes y enes, otro mérito que podemos sumar a
los ya sabidos.
¿Qué más? Ah, sí: Eduardo hace street art en
telas. Pero street art sin artista, street art del tiempo, como si las paredes
(o pisos, o techos) hubiesen quedado abandonadas, el mundo humano disuelto, y
las texturas se hubieran dado naturalmente, por el paso del viento. O esas
texturas y formas desleídas son cosas que le aparecen dormido. O es un tipo que
hace sus cuadros sonámbulo, levantándose cuando en su casa todos duermen,
logrando esa materialidad desgastada que tienen las imágenes que después casi
no se recuerdan.
También podemos hablar de color: hay una
especie de calidez y de receptividad en sus luces, no se da el cultivo de una
gama escabrosa. Hay una simpleza que da en la tecla y resulta conmovedora.
Hablar
de arte es siempre un poco bastante raro, porque las obras hablan por sí misma
y uno al parlotearles encima a veces arma despelotes contraproducentes. Espero
que este despelote tenga el sentido opuesto, de acercar a los amantes a estos
objetos tan valiosos.