Del Suplemento Rural de un diario de nuestra capital me pidieron una columna con mi opinión sobre el tema del campo, desde "el punto de vista del filósofo". No me salió un filósofo sino un enojo, y tal vez por eso no fue publicado. No me ofende ni nada, todos están en su derecho de publicar lo que quieran y lo que no quieran no. Tampoco siento que sea un gran artículo, pero cómo lo escribí lo pongo aquí, por si alguien lo quiere mirar...
El vacío mental del gobierno
La situación recuerda la de una película en la que la trama se sale de curso y empiezan a producirse hechos que no se podían prever, que resultan insólitos, al filo de la verosimilitud. La tergiversación que hace el gobierno del legítimo reclamo del campo es irritante y miserable, y tiene dos posibles orígenes: o expresa una incapacidad profunda de ver el mundo tal como es, una ceguera absoluta, o es una operación de conveniencia instrumentada con toda intención. Es probable que que se trate en realidad de las dos cosas, de la suma del historicismo histérico (el histericismo), del delirio de persecución, de la mera ignorancia de personas poco preparadas con la necesidad de seguir alimentando el fuego de un clientelismo enamorado de la pobreza, que permita dar libre curso a la representación de un papel melodramático con el que desahogarse.
El enfrentamiento debe leerse como el que se da entre las personas que producen y trabajan y las que viven del dinero público. De un lado problemas de la producción; del otro problemas de la demagogia, la necesidad de sostener el mecanismo populista basado en el uso político de la economía. De un lado el desafío de generar riqueza, la creación de capacidades nuevas, la posibilidad de un verdadero y sostenido crecimiento inédito; del otro el deseo de poder y no el de hacer, el vacío mental de quienes no gustan de proyectar futuros sino de frustrarlos, llevados por un delirium tremens ideológico y soberbio. La identificación del reclamo del campo con una supuesta derecha golpista daría gracia, si no fuera porque sus consecuencias son nefastas.
El odio que la presidenta encarna (que expresa, que recoge, que relanza, que corona) produce una desazón total. No hay respeto por la producción (no se la entiende, no interesa), ni por el esfuerzo de trabajo (sólo se valora el heroicismo simbólico de una lucha maniquea, simplista e irreal), ni por la gente de verdad. Una vez más, la Argentina eligiendo el camino de la victimización y el fracaso, antes que el del logro y el crecimiento.