Hay una
política de "lucha" y una política de "crecimiento" o "desarrollo".
Son distintas visiones del mundo y distintas posiciones
existenciales.
Si uno cree que la política es lucha centra su mirada en el
enemigo. Necesita enemigos para alimentar su estructura de sentido. La tarea es
enfrentarlos y vencerlos. El día se organiza a partir del odio o del resentimiento,
las horas pasan inventando trampas o trucos para debilitar a los detestados.
Si uno cree en cambio que la política es una forma de
implementar el desarrollo, trata de organizar situaciones para que los recursos
puedan aprovecharse de la mejor manera posible. Busca gestionar para optimizar
resultados. Quiere que la mayor parte de las personas disfruten de la mejor
situación que el talento organizativo permita alcanzar.
El
desarrollo es el arte de la realización: en él no se trata de utopias y de
sueños sino de planes y proyectos. De deseos y objetivos trabajados hasta
alcanzar realidad. De transformaciones que abran nuevas posibilidades de vida.
El simbolismo que la lucha mantiene en sus banderas deja paso aquí a las
complejas realidades que es necesario administrar. En la política de desarrollo
hay más trabajo que batalla, más creatividad que aguante.
En la política de la lucha los recursos se ponen a disposición
de la batalla. El uso y abuso de los mismos está justificado en función de la
lucha contra el mal personificado en otros. No es considerada corrupción el uso
abusivo de los recursos públicos en la lucha, ese aprovechamiento de lo público
es considerado un acto de justicia. Se cree que la lucha contra el mal
justifica esos apartamientos de la ley, a la que se describe como defensora de
viejos privilegios (privilegios que los políticos de lucha no dudan en hacer
suyos, ya que ellos son la buena causa).
La
política de la lucha avala la moral del delincuente, al que se siente cercano y
con cuya victimización se identifica, despreciando a los que han sido atacados
por estos como si fueran mezquinos protectores de algo que en el fondo no
debieran poseer.
En la política de desarrollo el talento está puesto al servicio
de la creación de realidades disfrutables, es un recurso del amor por el mundo,
de la capacidad de querer y plasmar.
Puede
sonar ingenuo hablar de amor en un contexto político, pero no lo es, al menos
no para quien considera que el sentido de la acción política tiene que ver con
la generación de vida nueva, con la producción, con la invención de trabajo y
de valor, con dar impulso a los proyectos personales que deben ser ayudados en
su despliegue. En esta visión no se concibe al ciudadano como parte de una
amorfa masa manipulable, la que vemos aparecer en la despersonalizada idea de
pueblo: se ven personas de verdad, de carne y hueso, con deseos, necesidades y
potenciales diversos, legítimos y valiosos.
En la política de la lucha el poder es el verbo central, un
poder cuyo sentido está en sí mismo y en su eterna conservación, sin más
sentido que ser poder puro. Hay que tener el poder para tener el poder, para
que no lo tenga el otro, no para usarlo en ningun logro sino para intentar
conjurar la presencia de un miedo íntimo que ninguna realización será capaz de
conjurar. Para usarlo en fuegos simbólicos artificiales.
Los que
se dedican a esta persecución enviciada del poder suelen ser personas siempre
más dispuestas a perderse en la observación de las vidas ajenas que a encontrar
el sentido de la propia. La exaltación esconde el vacío.
En la
política de lucha hay un desamor camuflado de justicia, un desaforado afán de
supremacía sin que sea demasiado importante trabajar para hacerle bien a los
habitantes del país. El poder se vive asi como derecho a maltratar a propios y
ajenos, a someterlos. El modo afectivo, emocional, de la sumisión es el tono
muscular propio de los adictos a la lucha.
En la política de desarrollo se trata en cambio de intentar
ocupar el lugar del poder porque es desde allí que se organiza el mundo, en
donde la posibilidad se vuelve el centro de la escena. Si hay lucha, es
secundaria, el fin es la producción de realidades.
No se
busca la lucha por la lucha misma, el objetivo no es medirse con el otro, ser
superior, humillar a nadie; el fin es generar oportunidades para todos, mejorar
la vida concreta, plasmar el amor en logros observables.
En la política de la lucha el ciudadano debe ser controlado de
cerca, seguido minuciosamente en sus movimientos para corregir sus desvíos. Se siente
a la libertad como un lujo excesivo, se cree que a la gente hay que tenerla
cortita. Se habla de la libertad, se la menciona en consignas, pero en lo
concreto no se la tolera.
En la
política de desarrollo, en cambio, al ciudadano hay que cuidarlo y estimularlo,
potenciarlo, abrirle espacio, darle mundo, ofrecerle opciones para que su
propia iniciativa genere la riqueza que beneficiará al sistema entero. Es
necesario un estado presente, sí, organizador, para corregir abusos e irregularidades,
no para meterse en toda intimidad, sino para resguardar a las personas de
aprovechamientos indebidos, provengan estos de las corporaciones, de los
sindicatos o de la política. Paradógicamente, los que militan en la política de
la lucha cometen esos aprovechamientos sin cesar, sin que nunca quede claro por
qué en su caso estos excesos serían meritorios.
En la política de lucha se sueña con el enemigo. Se adora al enemigo,
es el tema principal. En la política de desarrollo se piensa en las cosas que
es necesario hacer para que todos puedan desplegar sus alas, hacer los
proyectos que su deseo le dicte, y concretar su mundo propio.
En la política de lucha hay armas, violencia, humillación,
soberbia, paranoia, rencor, negación de realidades, mucha historia puesta en el
centro de la escena como si el tiempo no pasara nunca, revancha, resentimiento,
odio, muerte.
En la
política de desarrollo hay ideas, proyectos, trabajo, creatividad, ganas de
vivir, alianzas, entendimientos, trabajo para enfrentar problemas que deben ser
resueltos sensatamente. Hay ley, instituciones, colaboración, suma, aceptación
de la diferencia, comprensión de que cada uno tiene un fragmento que aportar al
gran rompecabezas social. Hay libertad, confianza, responsabilidad, presente
querido que lleva aun futuro deseado y generado con inteligencia y detalle.