El reloj pulsera, observado en clave de ciencia ficción, es el precinto de seguridad que nos ata al tiempo. Al tiempo social y acumulativo, al tiempo de la producción y el deber. Estar en contra del reloj es una posición tan hippie como describir a la ciudad como una "selva de cemento". Pero son graciosos los efectos que se consiguen a veces, torciendo los ojos y planteando tramas paranoicas. "Llegará un día en el que tengamos un reloj chip en el cerebro (en el orto, se podría decir también, si en vez de ciencia ficción estuviéramos en otro género) y al que llegue tarde a una cita le van a mandar una descarga de vértigo desde el Departamento Central". Entonces los puntuales vamos a estar contentos.
El reloj no es una cárcel, marca el ritmo de nuestra libertad.
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