Publicado en http://eblog.com.ar/
No a los papelones es un polémico documental de Eduardo Montes Bradley sobre la instalación de las plantas de celulosa en Uruguay y el conflicto con los habitantes de Gualeguaychú. Provocativo, Bradley enfrenta a los asambleístas que cortan la ruta con una posición dura y polémica. Los acusa, entre otras cosas, de idiotas y paranoicos. La película se estrenará en Uruguay el 12 de enero, pero en la Argentina, según EMB, nadie se anima a exhibirla por considerarla políticamente contraria a la mayoría de la opinión pública (esa que pone calcomanías en su auto “No a las papeleras”) y la postura del gobierno de Kirchner. Por ahora, sólo trascendieron tres adelantos que ya son muy vistos en YouTube (ver abajo). EMB explicó a eBlog cuáles son, para él, los motivos que llevan a los asambleístas a cortar la ruta.
“Es una pregunta compleja y te agradezco que la hayas planteado porque en la respuesta encuentra justificación el documental que, como te habrás dado cuenta no es sobre las pasteras ni sobre la contaminación ni sobre los piqueteros. La clave para entender la actitud de los cortarutas galuchusanos (yo sé que se dice gualechusenses) está en el miedo. La representación simbólica de los temores está en la chimenea de Botnia del mismo modo en que Bin Laden y los pastores afganos la depositaron en las Torres Gemelas.
Desde un comienzo escuché justificaciones que apuntan a señalar intereses temporales a los cortes de ruta. Entre los más notables aquellas que hablan de una respuesta de los intereses de los pequeños propietarios de Gualeguaychú hasta quienes aseguran que Buquebus es la principal beneficiaria de los cortes. Pero como justificaciones son pobres y apelan al recurso de la conspiración, tan fecundo en estas pampas.
Ian Buruma y Avishai Margalit hablan de las conductas provocadas por el temor a la Occidentalintoxicación (Westoxificaton), es decir el miedo a las consecuencias perniciosas del avance del desarrollo. De algún modo aquella noción del enfrentamiento entre la ciudad de Dios y la ciudad de los Hombres. Quizá allí descanse la madre del borrego. Los ambientalistas más serios han dado un paso atrás de los cortes de ruta sobre el río Uruguay. Ni Green Peace u organización acreditada a salido a respaldar la fragilidad de argumentos de la Asamblea Ambiental. La “lucha” de estos últimos ha quedado relegada al ámbito del progresismo local que se debate desde hace ya demasiado tiempo en la maniquea alternativa corazón vs. capital. Para los militantes del corazón, claudicar ante Botnia es venderse al enemigo. Venderse es entregarse al mundo del capital, del dinero y nosotros, como se sabe, no nos vendemos a nadie. Recuerdo un cantautor desaforado con dos dedos de frente en el corte sobre el Arroyo Verde en Gualeguaychú, el mismo que aparece en el trailer antes de la imagen del Cristo. Su argumento era cabal: “Ellos tienen dinero y poder, pero nosotros tenemos fuerza de corazón, nosotros tenemos sentimientos”. El imbécil (ver definición del término en el diccionario de la RAE) recorría a la misma argumentación de aquel jihadista del talibán que en una entrevista cerca de la frontera entre Afganistán y Pakistán respondió: “Los americanos nunca van a triunfar porque ellos aman la Pepsicola mientras que nosotros amamos la muerte.” Desde luego, los jihadistas son una cosa y los progre latinoamericano otra. Los primeros están dispuestos a morir por Alá y los segundos han tomado la determinación de aburrirnos con canciones de Silvio Rodríguez haciendo de la necedad un a virtud y evangelizarnos hasta la médula con Las venas abiertas de América Latina. Cada uno hace lo que puede. Si no da como para subirse a un avión y hacerse pomada contra la amenaza industrial, vamos con el corte de ruta con el cual nos ganamos el cielo y pasamos unos fines de semana bárbaros en familia. Si llegan a inaugurar un natatorio en Gualecuaychú, vamos a perder a los ambientalistas a la causa del waterpolo.
Esa promesa de un mundo sin fábricas donde los ríos siguen su curso y los manantiales brotan como verso para besar los límites camalotales de la torpeza bucólica, son los mismos que abrazaron los 145.000 jóvenes idealistas que murieron al compás de Duetschlandlied en el barro y la niebla de Lagenmark. Ellos también creyeron en las amenazas de la Westoxificaton y fueron a morir en defensa de los bosques, ríos y montañas que supuestamente iban a ser arrasados por el implacable avance del capitalismo. Los kamikaze que se inmolaron después de Hiroshima, lo hacían a sabiendas que la guerra había terminado. El objeto era demostrarle al enemigo capitalista que ellos tenían vida interior y que no estaban dispuestos a vivir en un mundo mecanizado donde el dinero primaba sobre el soplo divino. después de todo el aliento venía de Dios y no de la Bolsa de Comercio. Los bombarderos japoneses que descargaron su furia sobre Perl Harbor sintonizaban una emisora de jazz de Honolulu para inspirarse en la desarticulación libertaria de aquellas notas. El capitalismo y la occidentalización estaba representaba en aquella música incomprensible donde cada nota, como los individuos, iban a voluntad por donde se les cantara el pentagrama.
El progresismo argentino retoma esa tradición en la que abrevaron las vírgenes del sacrificio shinto, los idealistas alemanes que se sumaron a la cruzada dde Abbt y von Herder para regar el arbolito de la cultura nacional y popular y el sacro espíritu de la nacionalidad al palo. También los budistas hegelianos de la escuala de Kyoto dispuestos a “desterrar la modernidad a cualquier costo”. Pero no es necesario ser japonés y haber nacido a fines del XIX para ser tan anti-progre. T.S. eliot escribió: O weariness of men who turn from God / To the grandeur of your mind and the glory of your action, / To arts and inventions and daring enterrpises… La voladura de las Torres gemeleas en el nombre de Alá es una manifestación pragmática de los ecos de los versos de Eliot. Los cortes de ruta no escapan a esa lógica, la misma que terminó con Babilonia o que llevó un judío escenio a desbaratar los puestos del Mercado en Jerusalem.
Respondiendo entonces a tu pregunta: Los así llamados ambientalistas de Gualeguaychú cortan la ruta porque no pueden evitarlo. Porque son buenos pastores, gente de fe. La incomprensión del fenómeno al que se vieron enfrentados pone en evidencia la ignorancia popular de la manera más arcaica que el hombre conoce: el miedo”.