El siguiente es un artículo que publiqué en el número anterior de la Revista Noticias. Como ya salió de la calle, lo ofrezco aquí:
¿Es un desequilibrado Kirchner?
Hay que responder que no, después de todo no se llega a presidente de un país si uno no tiene salud mental… ¿o no se llega precisamente si, al contrario, uno la tiene? La experiencia muestra que esta segunda opción es más verificable: para ser político, para dedicarse a la cosa pública con tanta decisión, para sentirse tan compulsivamente llamado por el constante rosqueo o puja de fuerzas en el espacio principal de la representación social, hay que tener una especie de desvío importante en el eje de la salud, los intereses trastornados, diríamos. Por suerte hay personas que tienen tal malformación, alguien tiene que hacerse cargo de la gestión del estado y derivados, y la mayor parte de la gente, más saludable, huye de ese tipo de privilegios y responsabilidades. El oficio de presidente indica presupuestos patológicos en la personalidad (ojo, no me hago el canchero, hacer filosofía también supone una enfermedad de base: situarse lejos de las cosas para “verlas en perspectiva”, creer que hay una verdad abstracta que resulta de extrema importancia, dar mil vueltas antes de llegar a la esquina, denigrarlo todo, sentirse superior, etc). Estos últimos años me ha pasado de encontrar a Kirchner en dos lugares inesperados: en los libros de psicología y en mis sueños.
Cada vez que un autor tipifica personalidades trastornadas pienso en nuestro presidente, para ver si le calza el diagnóstico. A veces sí, a veces no. Por ejemplo, Liendo y Gear dicen que la salud mental es la tendencia a enfrentar y resolver los problemas relevantes, y que la enfermedad mental es, por el contrario, la tendencia a escapar de los problemas. Si se hace lo primero, explican, se genera felicidad, para sí mismo y para los demás, aun en condiciones desfavorables. Si se hace lo segundo lo que se genera en cambio es infelicidad, para sí mismo y para los demás, aun en condiciones favorables. No hay que hacer mucho esfuerzo para ver qué lugar ocupa nuestro presidente: elude problemas relevantes y ancla en falsos problemas, escapando de dificultades que tendría que enfrentar para bien de todos. Crear un problema falso, para huir del real, que requeriría esfuerzos, dicen los autores, es hacer un melodrama, y Kirchner arma melodramas cada vez que puede, es básicamente melodramático. Hay en el aire la sensación de que cada vez más Kirchner transforma temas manejables en problemas que se agigantan como sea monkeys.
Lo de los sueños es más preocupante, pero no por Kirchner, sino para quien escribe estas líneas. Lo vengo soñando mucho, a Néstor. Primero soñé que cenaba con ellos, con él y con Cristina, y que eran personas normales, que hacían lo que podían, me cayeron bien. ¿Fue mi respuesta culposa a una definición enojada que había hecho del presidente en mi blog, diciendo cosas tales como que es un “bravucón atormentado y atormentante, gran equívoco político, compadrito porteño nacido en la lejanía, luchador ideológico en una película irrelevante, revanchista con grandes limitaciones afectivas, líder inestable”? Soñé con él alguna vez que no me acuerdo, después, y la última fue hace poco: en la barra de un bar, en un sótano, me encontraba con Kirchner, que me saludaba y me agradecía por la nota que le había mandado. Yo no me daba cuenta de qué me estaba hablando, ni de su expresión irónica. Sonriendo con una mueca me decía entonces: sos un hijo de puta, y me lo repetía: sos un hijo de puta. Trataba de explicarle que lo del diccionario era un juego medio poético, que a mi no me gusta en general el peronismo, que no tengo nada contra él, pero él volvía a su lugar en la barra. Yo iba al baño. Al salir los mozos me contaban que había estado Menem, y que estaba con el respirador debajo de la camisa.
En otra escena del mismo sueño, llegábamos con unos amigoa, el Mono di Lorenzo y su mujer, a un lugar en el que había mucha gente y nos poníamos en un rincón (creo que Telerman asumía un puesto). Me daba cuenta de que sentado, muy cerca, estaban Néstor y Cristina. Retomábamos la conversación. El se enterraba entonces en el piso, dejando afuera sólo la cabeza. Yo le decía: lo que pasa es que vos te enojás siempre por todo. El me respondía desde su entierro y yo decía: es difícil hablar con una persona en esta situación. Entonces él me decía que lo que le había gustado del artículo era que yo decía que cuando pasase todo sería lindo comer un asado.
Conclusiones: sí, el presidente tiene aspectos desequilibrados. ¿O se hace el loco para ocultar hechos y transas? Puede ser, es lo que suelen hacer los presidentes, ¿este lo hace más? Puede ser. No nos gusta, a muchos, su forma de trabajar, la creación de problemas inútiles, sus juegos sucios, su moralismo desquiciado e incapaz de autoconciencia, su manipulación tosca de una opinión pública igualmente tosca. Pero tiene un alto índice de popularidad. O sea: me parece que su locura es la nuestra. ¿Y esto qué quiere decir? Ah, no sé, yo pasaba por aquí y me preguntaron…