Mandé este artículo a Diario Ciudadano, de Mendoza, en ocasión del 9 de Julio y las cosas que se dicen sobre la fecha patria.
La patria hoy
Existe la posibilidad de desencantarse, una vez más, y se la recibe con gusto, porque no es del todo elegante ni correcto perder una ocasión de drenar frustración, de lucir desencanto y de ponerse un poco triste. Me refiero al planteo según el cual las fechas patrias se han transformado en fechas insignificantes o a las que se percibe como valiosas sólo en sentidos a los que correspondería llamar “profanos”: un día libre para el descanso o el turismo.
El argumento se expresa así: no tenemos conciencia de nada, no apreciamos la historia, nos hemos desgajado del importante sentido presente en la celebración del día de nuestra independencia, somos unos frívolos que prefieren un día libre a la conexión intensa con la voz de la patria. Si, hay algo de énfasis verbal, hasta una cierta intención de poesía, pero reconoceremos que esa característica es habitual en el pensamiento sobre lo nacional, cosa que también es perceptible en la repercusión anímica de la palabra “patria”. La “patria”, palabra y concepto, es una exageración.
¿Quiero decir que no tiene que importarnos la Argentina? De ninguna manera, quiero decir que es importante que ese interés no sea fingido, que sea auténtico, y que probablemente se exprese más y mejor en otras formas que en los festejos de las fechas históricas. ¿No es importante la historia? Claro que lo es, pero más importante somos nosotros. Y en cierto sentido hay oposición entre el pasado y el presente, entre las figuras históricas y nosotros, de manera tal que si los índices de sentido son tomados de las referencias propias de épocas lejanas no se logra construir una versión eficaz del mundo. No somos un sujeto histórico, somos nosotros, con nombre y apellido, con amigos y parientes, trabajos y placeres.
Por ejemplo: la valoración de la independencia. Es justa, evaluada como momento histórico la independencia fue un momento crucial, un paso hacia la constitución del espacio humano que hoy llamamos Argentina. Pero tal valor no puede ser trasplantado sencillamente como valor a nuestra realidad actual, en la que sería mucho más adecuado lograr entender los modos y necesidades de la interdependencia. Hoy en día buscar independencia es equivalente a desconocer la realidad. ¿Y existe realmente esa valoración descaminada de la independencia en nuestro presente? La hay: el gobierno constantemente plantea escenarios en donde las relaciones con los otros (países, entidades administrativas, empresas, líderes) son planteadas apelando a ese sentido caduco y contraproducente. Sus actitudes, compartidas por muchos, hacen gala de un desplante ilógico, como si se tratara de ponerle límite a algo y no de hacer crecer nuestra sociedad.
Pero también cuenta el modo auténtico de nuestros sentimientos, de manera que más que lamentar la ausencia de la noción de patria en nosotros haríamos mejor en tratar de entender de qué manera el país se nos vuelve significativo y necesario, para dar una versión realista y productiva, que represente nuestra realidad y nuestras necesidades actuales. ¿Por qué no pensar que la patria es precisamente aquello de lo que se disfruta en un día libre? ¿Por qué creer que es el semblante grave y el gesto adusto el que corresponde, por qué acudir a lo solemne, como si la emoción real no fuera suficiente o verdadera? ¿Qué necesidad hay de forzar las cosas, en vez de entenderlas y potenciarlas?
Decir que la patria es una exageración es decir que la misma palabra con la que intentamos designar nuestra aventura nacional (y es bueno llamarla aventura, porque es un paso de acción y de búsqueda, un afán de logro) plantea las cosas en un nivel al cual no podemos sentir como propio. La única manera de ser patriota es representar un papel, fingir un rol. ¿No podemos querer a la Argentina, entonces? Claro que sí, podemos, pero probablemente esto se de en situaciones muy distintas que la del recuerdo de su historia. Uno quiere a su país, a su comunidad, cuando expresa su deseo personal, su aventura propia, en la realidad. Cuando juega su energía a la creación de riqueza y bienestar, en esa escena aparentemente más sencilla y despojada que es la vida social inmediata.
Entonces tal vez no necesitamos ser patriotas, sino usar nuestro mundo, vivirlo, paladearlo, transformarlo, desplegarlo. O bien: ser patriota es eso, no tanto cosa de escarapelas y vivas simbólicos sino algo que tiene que ver con la asunción cierta y decidida de un mundo dado. El amor al país está en el amor por la vida propia y compartida y no en un nivel de representación cultural o político.
Sí, claro, hay otros países, Estados Unidos, o Brasil, que muestran el amor por sí mismos de maneras más decididas y más claras. Es verdad. Pero es que nosotros no tenemos esa capacidad de querer, tenemos una tendencia a atragantarnos con nuestro deseo, de manera de tomar en cuenta muchas posibles formas de frustrarlo. Y nos gusta sentir que la frustración es un mérito, que no es culpa nuestra sino de ellos, de los cuales debemos liberarnos. Que retrocedan los godos. Si algo hay que entender en una fecha patria es precisamente esto: que el país no es el pasado sino el presente, que no se trata de gestos vacíos sino de vida concreta querida y bien jugada.
La imagen es de Nenad Stankovic.