domingo, julio 17, 2005

Francisco Umbral



Estoy devorándome “Días felices en Argüelles”, último libro del escritor español Francisco Umbral, totalmente capturado por su fluidez y su universo mental, defendiéndome al mismo tiempo para seguir siendo yo y no metamorfosearme en una especie de él, que es lo que pasa cuando leemos a esos autores que nos coptan como si ellos fueran extraterrestres y nosotros los humanos que le salen al paso.

Adoro a Umbral, o mejor dicho a su escritura, porque resulta evidente que el hombre en sí debe ser duro y antipático. Me encantaría conocerlo, de todas formas, porque no necesito que me quiera él para quererlo yo.

Leí todo lo suyo que cayó en mis manos, excepto algún libro de artículos políticos viejos y sobre personajes de los que no sé nada, protagonistas de esa realidad española que aflora en sus páginas siempre deseable y llena de gracia. Cuánto que tenemos que aprender los argentinos de los españoles, de su soltura, de la sabiduría de su actitud y de su lenguaje, es algo que resulta visible leyendo a Umbral, sus libros o sus artículos.

En las librerías de Buenos Aires no se consigue casi nada de él (donde sí hay es en algunas mesas de saldos, cosas muy buenas). Tengo este libro porque le pedí a mi amigo Miguel Lambré que iba a España que se fijara si había algo nuevo de Umbral que me pudiera traer. Le agradezco públicamente haber hecho feliz al lector que soy. (Miguel, de quien incluyo una foto para que se vea lo parecido que es a Roland Barthes, es el alma pater y dueño de la editorial Nuevo Extremo, en donde saqué “Ideas Falsas”, además de una persona siempre grata y encantadora).

Párrafo del libro en cuestión (más exactamente, párrafo final del prólogo):

Hay muchas maneras de hacer un libro de memorias, pero la más saludable es ésta. La vida se resume en salir a por el periódico, bajarse paseando todo Argüelles y el Parque del Oeste. No ha querido uno profundizar en casi nada para que las cosas no pierdan su perfume antiguo y bravío. En puridad, no ha querido uno casi nada, sino soltar la pluma para que trisque alegremente libre, que es como soltar la cabra y verla correr y ramonear por los árboles con su cabeza de divinidad griega y corrompida, pero hermosísima. Así hubiera preferido yo mi prosa: cabra loca.

1 comentario:

Alejandro Rozitchner dijo...

Bueno, no es el mejor, es cierto... Me hacés acordar que hay un par de títulos suyos que dejé sin terminar, ese por ejemplo. Un poco pretencioso, era...

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