Preparando un artículo sobre el sentido de la vida recuerdo que en un curso que dí este año sobre el tema intenté responder a la pregunta por el sentido de la vida (que no es otra que: ¿para qué existo?) proponiendo una lista de acciones que constituyen la estructura del sentido de vivir.
Esas acciones son: querernos (no cada uno a sí mismo, como entendió un alumno en un momento de fuerte narcisismo, sino entre nosotros), crecer (madurar, lograrse, llegar a ser), mirar (este mundo raro, explorar, buscar), entender (llegar a integrar, mediante la comprensión, partes y complejidades), morir (madurar, alcanzar pleno poder, perderse, dejar caer y pasar lo que crece y pasa por nosotros), y otras que no quiero explicar aquí para no abundar: inventar, desplegar, mezclar, destruir, criar.
Criar, sí, no crear. Me pregunto si no sería más adecuado pensar a la creatividad como crianza que como invención. Es decir (y sin ánimo de descartar los modos en los que solemos pensar la creatividad sino con el de agregar otros), ¿no se tratará de alimentar y dejar crecer cosas, alternativas, perspectivas, que de alguna manera funcionan por sí solas, existen en la realidad más allá de nosotros? ¿No planteará la creatividad una tensión extrema al pedirnos que seamos capaces de hacer lo imposible, que es sacar de la nada algo? Toda creatividad, toda invención, podría ser vista como una operación de reordenamiento de elementos ya existentes, ¿no sería mejor considerarla así, no nos haría más flexibles, no resultaríamos estar más engarzados con el mundo?
Entiendo criar además sobre el fondo de la experiencia de ser papá, viendo que se trata de cuidar y alentar a algo que crece solo, que está decidido a crecer y sabe perfectamente cómo hacerlo. Es más, expresa al hacerlo un mecanismo de crecimiento que no podría ninguno de nosotros haber inventado. ¿Me explico, más o menos?