"Los valores de las crisis", artículo mio hoy en La Nación
Puestos a vivirla, ya que la tenemos, no estaría mal verla más allá del temor, para poder sacar de ella lo posible, al necesario modo del crecimiento y la evolución. Se me ocurren las siguientes ideas sobre los aspectos positivos de la crisis (sin pretender desconocer las decadencias que ocasiona, que son seguras y temibles, pero aún inciertas en su alcance):
Cada crisis lleva a la participación social a miles de personas. La crisis de 2001 significó, para muchos, el estímulo o la llamada de atención para dar el paso de involucrarse en las cuestiones sociales.
Ejemplos: uno estaba trabajando afuera, ganando mucha plata, y decidió volver para hacer algo por su país (lo conozco, es un caso sonado y real, y resignó su futuro promisorio como hombre de bancos para asumir una posición de trabajo político en áreas técnicas o de gestión). Otro creó una ONG. Otros se acercaron a ella. Alguno empezó a tratar los temas políticos en su trabajo intelectual sin haberlo hecho nunca antes, llevado por la necesidad de participar en el diálogo social con el que se intentaba elaborar algo (mi caso, como el de tantos otros). Otros crearon un partido político, se decidieron por la búsqueda de liderazgo para avanzar en temas puntuales o para intentar avanzar hacia la presidencia. Otros se metieron más de lleno en emprendimientos de responsabilidad social desde la empresa en la que trabajaban o por las suyas, ayudando en obras de barrio o parroquiales.
(Sí, muchos otros se deprimieron y no hicieron nada, creyendo, de todas formas, que su depresión era un aporte, cosa que no fue…, o generando descripciones tremendistas, perfeccionándolas, sin intentar romper el círculo vicioso de la producción de desastres.)
¿Tendrá esta crisis el mismo efecto? ¿Tendrá que ser muy dura para producirlo? ¿Podemos contar con que las ganas de desarrollar la plenitud social posible requiera esta vez un estímulo menos cruento?
Por otra parte, ¿son útiles y valiosas estas iniciativas, o quedan, por lo general, sin resultados?
Llevados por la invitación de Nietzsche a pensar la utilidad de las guerras para el avance de las virtudes más sofisticadas de las comunidades –o, simplemente, aceptando la mera verificación de que muchos adelantos técnicos y organizativos nacen paridos por necesidades militares–, tenemos que observar con frialdad lo que aportaron las dos espantosas guerras mundiales a la constitución, décadas después, de la Unión Europea.
¿Se habría llegado a la creación de tal comunidad política sin esas guerras? O sin lo que aportó la guerra civil norteamericana a la construcción de los Estados Unidos, o el enfrentamiento entre fanáticos y delincuentes en los años 70 de la Argentina para lograr esta democracia sin violencia política en nuestro país.
(No sólo tenemos que aprender a pensar el efecto positivo de las peores cosas; también es necesario que sepamos apreciar los logros cuando aparecen. La historia es lenta y se mueve a un ritmo muy distinto del de los deseos personales.)
¿Para qué decir esto? La evolución (a la que no hay que entender como el camino de la derrota del mal, sino como el de la sofisticación de la cultura, ya que lo primero, lamentablemente, no es posible) vive de las crisis, de los conflictos, de todo lo que desde el sentido común vivimos como la basura de la realidad, aquello que quisiéramos eliminar, pero sin lo cual la vida no es vida ni la misma evolución resulta posible.
Recibir la crisis como si fuera la llegada de un horror que transgrede el orden mismo de la realidad equivale a hacer lo peor que podemos hacer con ella: agravarla, agregarles a las limitaciones reales que trae limitaciones de orden simbólico o afectivas que nos paralizan. Y, como se sabe, lo mejor que uno puede hacer con los problemas es hacerles frente, faltándoles el respeto, por decirlo así, o sea, desdramatizando en lo posible para continuar siendo capaces de inventar, querer, entusiasmarnos, producir, desafiar nuestras circunstancias.
Una cosa es la crisis y otra, un sentido de sacralidad ligado a la llegada de este límite, que, bien entendido, es una presencia recurrente en nuestras vidas y en las de nuestras civilizaciones. La vida contiene en su desarrollo normal estas subidas y bajadas de la línea con la que representamos nuestro desarrollo. La realidad no admite la cura que nuestro idealismo cree que debería ser la forma normal de las sociedades. La realidad es cruda, salvaje, desbordante, compleja, conflictiva y sensacional.
Una cosa es la crisis y otra la angustia que nos genera. Si creemos que la angustia es la sintonía con la verdad, nos equivocamos. La angustia agiganta el obstáculo y nos impide reaccionar adecuadamente frente a él. La crisis no debe hacernos concluir que éste es tiempo de gravedad y conservadurismo. La gravedad no genera; el entusiasmo, el deseo, la aventura de vivir, sí. La crisis debe recordarnos que estamos aquí para desafiar los principios y los valores convencionales y poner otros más adecuados en su lugar. La crisis no debe hacernos bajar la apuesta, sino llevarnos, por el contrario, a subirla. Aceptemos el desafío de responder con atrevimiento, más allá del miedo, más allá de lo sabido. La línea de crecimiento permanente sólo existe como una bella ilusión. Vinimos a la vida para estar en ella con realismo, no para decepcionarnos con cada aparición de la inevitable dificultad.
La economía propone la observación objetiva de variables concretas y reales, mensurables. Pero lo posible de las sociedades está también determinando lo que parece ser una variable "blanda" e injustamente menospreciada: el factor anímico, el sentido espiritual, el sentido de la vida, los aparatos conceptuales que hacen que un grupo humano reaccione de una manera u otra. ¿Será hora de incorporar más plenamente estas variables desatendidas y difíciles de comprender? Lejos de significar la derrota del capitalismo, esta crisis global está llamada a generar una mejora sustancial de tal sistema. ¿Cómo será esta nueva versión? Mejor aún: ¿cómo queremos que sea?
6 comentarios:
Aún estoy procesando el difícil cambio de actitud de asumir que los "problemas" no están "allá afuera", que la realidad simplemente "es" y que sólo la interpretación que yo hago de élla es la que la convierte en "problema" u "oportunidad". Estoy trabajando mi carácter para transformar el miedo en el beneficioso entusiasmo que sólo surge de poner el foco en la "oportunidad". Es tan fácil de entender, sólo resta ponerlo en acto... ¡Ja! ¡Just do it!
¡Que bueno el Hausmann!
Mis dos centavos: la crisis seria es todo lo bueno que vos decis alejandro. Pero en Argentina tenemos crisis cronica, endemica, y esto resulta en la banalización de la crisis. La mayoría de las cosas buenas que vos deciss e basan en actitudas nuevas, en cambio y aprendizaje frente a la crisis. Las crisis generadas desde la política argentina para mi han producido el peor de los efectos, la insensibilización total frente a las crisis. simplemente las sufrimos pero ya no nos enseñan nada ni nos motivan a hacer algo para subsanarlas.
El umbral de tolerancia a crisis de los argentinos ya es demasiado alto.
Max,esta no es una crisis Argentina, es una crisis mundial, la nuestra todavía no empezó, aunque ya comienza a dar sus primeros pasos. Posiblemente sea bien heavy, estos monos no son De la Rua, se parecen a Stalin y no los vamos a sacar tan fácilmente de donde están. En cuanto a que las crisis tiene valores, no hay duda y una bien darwiniana: adaptacion o extincion. Esta en uno ,y a eso, no hay vuelta que darle.
Nothing's gonna change my world !
Dexter, esta crisis será mundial, pero que yo me acuerde este país nunca estuvo fuera de una crisis.
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