Me tiene cansado, harto, la tendencia argentina a producir un efecto de falsa inteligencia a través de la crítica. El ejercicio uno de la mente nacional, su función elemental, su abc, su leche de pecho, sus palotes elementales, es el arte de la objeción, la formulación de una crítica o una sospecha, el señalamiento del punto en el que alguna cosa no anda o no va a andar. Sí, es la mentalidad taxista (suena como marxista, se le parece, pero es otra forma de impotencia, de estilo nacional).
Me refiero al canalla normal, que prefiere descreer y siente que así es piola. Al que hace mohines de reparo y descreimiento, al escéptico natural, al que cultiva su fe en el fracaso como si fuera algo profundo. No, claro, no somos todos así. Sí, hay mucho argentino y argentina inteligente de modo más verdadero, capaz de lidiar con complejidades sin tirar al chico con el agua sucia, pudiendo ejercer el arte del hacer, del buscarle la vuelta, del querer vivir aunque el mundo no sea fácil. Hay muchas personas que viven su vida dando sus batallas, sin dejarse llevar por este vicio compulsivo de la crítica. No se engañan, saben quien trabaja y quien miente, quien sólo critica y quien aporta. Quien tiende a mentir y a tapar sus mentiras con enojos (sí, hablo de los Kirchner y de sus manipulaciones constantes, de la información,la economía y la justicia), y quien tiende a generar condiciones de crecimiento reales.
El crítico cree que como la realidad no es como él querría que fuera, su capacidad debe expresarse señalando el error presente en las cosas. Mientras más error señale, más inteligente se cree. Si no puede afirmar nada, si logra descreer de todo, de todo absolutamente, anular todas las opciones, ver detrás de cada cosa una trampa, una amenaza, una mala fe escondida, se siente un genio. Y muchos lo festejan como tal. Es una inteligencia que mide su fuerza a partir de su poder destructivo. Para quienes viven en esta costumbre patológica el inteligente es ese descontento críticón, cuyos aires de superioridad no tienen relación con ningún logro o aporte real, pero que hace creer a los demás que tiene un potencial tremendo. Nunca se verifica, ese potencial, pero tanta capacidad para detectar fallas hace suponer unainteligencia prodigiosa. Gran malentendido.
Gran malentendido, porque esa posición defensiva y arrogante no produce nunca nada. O sí, produce: desazón, desencuentro, amargura, escepticismo, aislamiento, inhibición, depresión, falta de vitalidad, pérdida de vida, de sentido, desprecio de las posibilidades plásticas de la realidad. Prefiero a los boludos que tratan de hacer cosas, y se equivocan, (a los inocentes, tan criticados, que se animan a confiar, a crear, a buscar, a entregarse a la vida sin medir todos sus pasos constantemente) que a esos inteligentes sin inteligencia, a esos críticos pretenciosos y carentes de vitalidad.
Todo ciudadano que se precie tiene opiniones formadas acerca de cómo tendrían que ser las cosas, aunque luego no sea capaz de producir aporte alguno. Vivimos cultivando el arte de la objeción, señalando siempre frente a cada fenómeno el punto en el que este falla o podría fallar, como si eso fuera pensar, como si eso fuera ser inteligente: no lo es. Ese uso del pensamiento dista mucho de ser una aplicación valiosa, es más bien una estrategia de empobrecimiento constante, de negación de la realidad, una forma de querer siempre estar en otro lado y en otro momento, una manera de hurtarse y de no ser. Claro, por esa vía te salvás de equivocarte, pero porque te salvás de algo mucho más importante: de vivir.
Un claro ejemplo de esta mediocridad crítica es la mayoría de las intervenciones en los foros de internet, o incluso en los comentarios en los blogs o en los artículos como éste. Hay un cardumen de maledicentes que no tienen otra cosa que hacer con sus vidas que basurear resentidamente todo lo que no huela tan mal como su mundo interno. Seguramente no son capaces de generar ideas, ni textos, ni acciones, ni proyectos, pero se desquitan tirando tierrita encima de las posibilidades ajenas.
La visión de la crítica como suprema inteligencia avala tales costumbres como si fueran un aporte. No lo son. Aporte es sumar, con inteligencia, valor. No es sospechar, es construir; no es seguir diciendo lo que no se quiere, es animarse y poder decir qué cosa sí se quiere y colaborar con el logro de la cosa señalada. No digas más que es lo que no hay que hacer, tratá de decirme que sí te parece bien. Y no te olvides del cómo, pero de un cómo realista, no te escudes en el sueño utopista, que sirve para escribir poemas malos pero no suma nada en el mundo de la vida real.
El Gobierno Nacional cree en esta inteligencia crítica, en esta falsa inteligencia impotente, y recolecta adhesiones en quienes padecen de su mism impotencia creativa. Viven a costa de sus enemigos, sólo se orientan existencialmente peleando contra alguien a quien poder llamar “malo”. Sin ese recurso no saben qué hacer, ni quiénes son, ni qué quieren, ni cómo se llaman. Es un mal nacional, tenemos que aprender a ser de otra manera.